miércoles, 15 de septiembre de 2010

Bernarda Alba

 (Ensayo escrito por Luciana Bálsamo)
            Bernarda Alba es el personaje principal de la obra La Casa de Bernarda Alba. Es la madre de cinco hermanas (Angustias, Martirio, Magdalena, Amelia y Adela), se ha quedado viuda y es ama y señora en su casa, donde tiene el control total y toma todas las decisiones de sus habitantes. El nombre Bernarda significa “con la fuerza de un oso” y su apellido, a pesar de que se inspira en el de Frasquita Alba (una vecina de García Lorca), remite al amanecer  y, sobre todo, a la blancura, que en el libro está presente en su casa, en la pureza de sus hijas y en la reputación impecable que Bernarda desea que se tenga de ella, de su casa y sus hijas.
            Las acciones de Bernarda demuestran su tiranía y su dominio. En primer lugar, proclama un luto riguroso de ocho años tras la muerte de su marido, encerrando a sus hijas y prohibiéndoles vestir colores o usar maquillaje. Cuando alguna de ellas la desobedece, Bernarda es sumamente cruel para reprenderla como cuando quita los cosméticos de la cara de Angustias, como vemos en la página 31:
“¿Salir? ¡Después de que te hayas quitado esos polvos de la cara! ¡Suavona! ¡Yeyo! ¡Espejo de tus tías! (le quita violentamente con un pañuelo los polvos.)”
            También podemos ver la violencia de Bernarda cuando le desea la muerte a su hija Martirio por haber robado el retrato de Pepe: “Mala puñalada te den. ¡Mosca muerta! ¡Sembradura de vidrios!” Otra de sus acciones despiadadas es encerrar a su madre, Maria Josefa, que es una de las pocas personas que se rebelan ante su dictadura. Sin embargo, su acto más cruel y demostrativo de su extrema preocupación por el qué dirán es su reacción ante la noticia de que su hija Adela se veía con Pepe el Romano y el posterior suicidio de esta. En lugar de entristecerse porque su hija estaba muerta o porque la crianza autoritaria que había dado a sus hijas había provocado que tres se enamoraran del mismo hombre (ante la falta de hombres en sus vidas) o  porque la boda de su hija mayor había sido inevitablemente frustrada, lo único que quiere Bernarda es rescatar su propio honor y el de la casa, como vemos en la página 74:
“¡Descolgarla! ¡Mi hija ha muerto virgen! Llevadla a su cuarto y vestirla como una doncella. ¡Nadie diga nada!”
            Podemos advertir que Bernarda da órdenes con mucha frecuencia, siendo una de las más comunes “¡Silencio!” Cabe destacar que con esta palabra finaliza la obra y tiene un significado profundo: pedir silencio demuestra su ambición por callar cualquier rumor que pueda haber sobre ella, su casa o sus hijas. Además, se caracteriza por ser hiriente con las criadas y sus hijas, por ejemplo cuando le dice a La Poncia: “El lupanar se queda para alguna mujer ya difunta,” refiriéndose a la  madre de la criada.
            Los otros personajes, como las mujeres del pueblo, califican a Bernarda de “más que mala”, “lengua de cuchillo” y “vieja lagarta recocida”. La Poncia dice de ella que es “mandona”, “dominanta” y “tirana de todos los que la rodean. Es capaz de sentarse encima de tu corazón y ver cómo te mueres durante un año sin que se le cierre esa sonrisa fría que lleva en su maldita cara” (página 15.) Además sabemos que la familia de su difunto esposo la odia y “le ha hecho la cruz” y sus hijas son conscientes del terror que su madre provoca: “Le tiene miedo a nuestra madre,” dicen de Adelaida, una chica del pueblo que no asistió al velorio. No obstante, Bernarda está orgullosa de su condición de dominante, como vemos en la página 31 cuado dice:
“¡Hasta que salga de esta casa con los pies delante mandaré en lo mío y en lo vuestro!”
            Sabemos que Bernarda es una persona sumamente conservadora. Esto lo vemos en cosas que dice como “Una hija que desobedece deja de ser hija para convertirse en una enemiga,” (en la página 51) o por su reacción ante el suceso de la hija de la Librada a quien, según ella, hay que matar por “haber pisoteado la decencia” al haber quedado embarazada de un amante y matado a su hijo después. A sus hijas no las deja tener novio y considera que sólo pueden hablar con hombres por detrás de las rejas siempre y cuando ella los acepte. En cuanto al tema de las mujeres y los hombres, Bernarda es castradora. Según ella, “Las mujeres en la iglesia no deben mirar más hombre que al oficiante, y a ése porque tiene faldas. Volver la cabeza es buscar el calor de la pana.” Ni siquiera deja a su hija Angustias demostrar demasiado afecto por su futuro marido: “Y cuando te cases, menos. Habla si él habla y míralo cuando te mire. Así no tendrás disgustos,” en la página 53. Es paradójico que siendo Bernarda la mujer más masculina de la obra (da órdenes como un hombre y es agresiva, por ejemplo) ponga tanta distancia entre sus hijas y los hombres. Su forma de ser restrictiva y estricta, sumada a su conservadorismo, muestran un paralelismo con el sistema español de la época; dadas estas características es lógico pensar que Bernarda apoyaría a la Falange.
            Por lo explicado anteriormente, el objeto que simboliza a Bernarda es el bastón sobre el cual se apoya, representa el poder autoritario que tiene. Remite al bastón de mando que portan los presidentes y los líderes militares. Cabe destacar que su hija Adela parte en dos este bastón en señal de rebeldía.
            La relación de Bernarda con su casa es tan estrecha que podríamos decir que es casi una parte de ella. Hay un paralelismo entre la casa y su dueña: la casa tiene varias salas que desembocan en una sola habitación mientras que Bernarda tienen cinco hijas que responden a ella. Por otra parte, la casa no se entiende sólo como un espacio físico, sino también como la representación de la honra de la familia: Bernarda dice: “Yo no me meto en los corazones, pero quiero buena fachada y armonía familiar.” Al utilizar la palabra “fachada” queda explícita esta relación en la que Bernarda está tan interesada en que se mantengan las apariencias, por más que por dentro la casa fuera un infierno como dice Angustias. La señora se ocupa de mantener su casa impecable, ordenando a La Poncia que limpie cada vez que puede, así como se encarga de que su reputación esté impecable. Esto demuestra la hipocresía de Bernarda.
            Para terminar, podemos hablar de los pecados y virtudes de Bernarda. A pesar de que uno de sus pecados es haber criado a sus hijas tan rígidamente, su pecado más grande es no haber hecho esto por amor, sino por un deseo egocéntrico de mantener su nombre limpio y de hacer notar que ella y su familia eran personas “con posibles.” Otro de sus pecados está en que nunca midió lo que estaba haciendo con sus hijas para conservar su fachada de armonía familiar y por eso estas terminaron de la forma en que lo hicieron. Por otro lado, como Bernarda es una representación exagerada del orden opresivo es lógico que no se puedan encontrar virtudes en ella; de esta manera, la persona de Bernarda no posee ningún aspecto rescatable. 

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